El nuevo año no inicia el primero de enero, sino después de la visita de los reyes magos. Los mandatarios regionales hacen esfuerzos enormes por mostrar su capacidad de trabajo en la primera semana del mes, pero todos sabemos que, gobierno colombiano que se respete, empieza a dar señales de vida en marzo.
Resulta claro que los reyes magos no eran empleados públicos; jamás llegaron tarde a la cita del seis de reyes y no necesitaron que un alcalde les cerrara la puerta para enseñarles puntualidad. Si fueran funcionarios públicos no habrían llegado al nacimiento del niño sino a su crucifixión; y asi todos entenderíamos para qué sirve la mirra.
Me divierte pensar qué pasaría si los reyes magos vivieran hoy en Ibagué. Las cartas que enviaríamos los ciudadanos no pedirían regalos sino un puestico en la gobernación o en la alcaldía. Con juicio burocrático, anexaríamos la hoja de vida, que no llevarían la bendición del Divino Niño, sino del jefe político. Como las nuevas generaciones desconocen por completo el género epistolar, enviarían sus peticiones por WhatsApp, obviamente redactadas por una Inteligencia Artificial.
Si nuestros reyes magos deciden salir del Parque Murillo Toro, tendrían serias dificultades, pues serían obligados a asistir a tortuosas sesiones en la Asamblea Departamental, que insistiría en condecorarlos. Todo el que tome tinto en ese parque corre el peligro de que algún diputado lo condecore. Si salen de la Plaza de Bolívar, les pasará lo mismo, pero en el concejo municipal, o peor aún; insistirían en ponerle sus nombres a algún escenario deportivo: “Piscinas Olímpicas, Don Baltazar, únicas con agua bendita”.
Pasar de la 42 sería un problema: algún colectivo feminista protestaría porque los reyes no cumplen con la cuota de género, son machistas y patriarcales. Para salvar el impase tendrían que escoger cuál de los tres reyes se somete a un tratamiento de hormonas para estar a la altura de estos tiempos, donde una mujer trans, es la representación más genuina del género femenino.
Sorteado el impase marcharían los reyes con sus pañoletas verdes en la muñeca, pero serían detenidos por los miembros del Comité Ambiental que gritarían: “Abajo Melchor, prominero malhechor”. El pobre Melchor no entiende lo que pasa cuando le quitan el oro y se lo cambian por una cantimplora que tiene un letrerito que dice: “el agua vale más que el oro”. Justo cuando van a arrancar, se los impide un grupo de activistas de los estilos de vida saludable, exigiendo “espacios libres de humo” y le piden a Gaspar eliminar el incienso; pero son superados en número, fuerza y beligerancia, por los miembros del movimiento cannábico que consideran que Gaspar sí los representa. Cuando por fin van a avanzar, arriban los representantes de los grupos étnicos exigiendo que Baltazar encabece la peregrinación: “No es justo que, por ser el rey afro, lleve dos mil años siendo el último en el pesebre, y además condenado a cargar la mirra, que es una vaina que nadie sabe lo que es y que a nadie le interesa. Esto es una clara muestra de discriminación”.
Cuando por fin han logrado avanzar tres cuadras, dos acuciosos funcionarios de Cortolima, acompañados por un grupo de pacíficos animalistas, los detienen por tener fauna silvestre en cautiverio, y les quitan los camellos. Una cuadra mas adelante, funcionarios de la secretaria de gobierno les exigen los permisos para expender hierbas en vía pública y les decomisan la mirra y el incienso, alegando que exceden la dosis personal.
Cuando parece que todo está perdido, el gobierno progresista exige su traslado al aeropuerto para expulsarlos por homofóbicos, misóginos, racistas, imperialistas, capitalistas y voceros de discursos de odio. El proceso de expulsión dura dos años porque inmigración no tiene como expedir pasaportes. No sé qué pasaría con nuestros pobres reyes magos. Lo más seguro es que se perderían en el desierto tratando de identificar la estrella de Belén, entre tanta bomba que lanzan nuestros piadosos israelitas, o seguramente serían confundidos con inmigrantes árabes y terminarían incinerados en una fosa común, o morirían fusilados a manos de algún extremista árabe por considerarlos espías del Mossad.
Columna, Pido la Palabra
Ricardo Cadavid