Empiezo por agradecerle al Instituto Schiller por haber promovido y organizado este seminario. Les doy mis saludos más cordiales a los dirigentes políticos, congresistas y excongresistas latinoamericanos participantes en este evento a favor de un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania, Estados Unidos y la OTAN. Hago votos por un acuerdo que le garantice a cada una de las partes que el fin de esta dolorosa guerra no sea a costa de aumentarle la vulnerabilidad nuclear a ninguna de ellas, coincidencia a partir de la cual puede terminarse con esta gran amenaza para la humanidad.
Hay hechos de la historia del mundo que facilitan la compresión de por qué Rusia invadió a Ucrania, y que pueden ayudar a superar esta guerra, invasión que en mi partido Dignidad –de Colombia– rechazamos, porque por principios defendemos la autodeterminación de las naciones y la solución pacífica de los conflictos.
En octubre de 1962, el gobierno de Estados Unidos, presidido por John F. Kennedy, le anunció al mundo que su país se iría a una guerra nuclear contra la Unión Soviética si esa potencia continuaba instalando en Cuba misiles con cargas nucleares capaces de golpear el territorio norteamericano, localizado a solo 90 millas de Cuba.
Y la posición norteamericana –contradictoria con la soberanía y el derecho de autodeterminación de soviéticos y cubanos– pudo entenderse porque una potencia nuclear tiene la fuerza suficiente para no tolerar por ningún motivo amenazas con armas atómicas que considere inaceptables para su derecho a existir como Estado y como nación.
A los pocos días, en un acto de sensatez, los soviéticos renunciaron a instalar sus misiles nucleares en Cuba, con lo que terminó la crisis. Al mismo tiempo, Estados Unidos, en otro acto de sensatez, se comprometió a no invadir a Cuba y a retirar los cohetes con cabezas nucleares que había instalado en Turquía un tiempo atrás, apuntándole a la Unión Soviética.
La mejor comprensión de lo ocurrido exige conocer un detalle: tanto los misiles soviéticos como los norteamericanos –en Cuba y Turquía y contra Estados Unidos y la Unión Soviética–, estaban localizados a tan corta distancia de sus blancos que ningún mecanismo de defensa era capaz de impedir un ataque nuclear devastador. En los dos casos, la mejor de las disuasiones mutuas consistió en que las dos potencias nucleares decidieron dejar de amenazarse a tan corta distancia.
Sin la anterior información –o sin conocimientos semejantes– es difícil comprender la causa última de la invasión de Rusia a Ucrania –con todos los horrores y tragedias propios de todas las guerras–, porque lo que está en últimas en juego es si Estados Unidos –a través de la OTAN, a la que controla– puede instalar cohetes con cargas nucleares y otros dispositivos muy poderosos en Ucrania, es decir, en la misma frontera con Rusia, capaces de golpear durísimo a Moscú y a todo el occidente ruso sin que ese país pueda evitarlo.
Detallo también como pregunta si Estados Unidos, con el respaldo de los países europeos que lo apoyan, tiene derecho a erigirse como la única superpotencia militar y nuclear del mundo, capaz de someter a cada país y a la tierra entera –incluida China–, para imponernos las relaciones económicas y políticas que se le antojen, de acuerdo con las conveniencias de sus trasnacionales, o sea, la peor de las globalizaciones imaginables.
Y esta ley del embudo global tiene otra característica muy ignorada: la sistemática y abierta manipulación de la información de todo lo que tenga que ver con este conflicto en muchas partes del mundo, de forma que los análisis como este sean casi imposibles de encontrar en los medios tradicionales de comunicación y en las mismas redes.
Por eso se desconoce tanto, además, que la decisión de Mijaíl Gorvachov de desintegrar a la Unión Soviética incluyó acuerdos previos con Estados Unidos y la OTAN en el sentido de que sus ejércitos, con sus poderosas armas convencionales y nucleares, no se iban a acercar a la frontera rusa por la vía de integrar a la OTAN a los países que antes giraban en la órbita soviética. Esos acuerdos se hicieron por la razón obvia de no agravarle la amenaza a Rusia en sus intereses económicos y políticos, su soberanía nacional, su autodeterminación como nación y su existencia misma.
Pero no obstante los pactos, ocurrió exactamente lo contrario. Con la desintegración de la Unión Soviética también desaparecieron su zona de influencia política y militar en Europa Oriental y el Pacto de Varsovia, que era la contraparte militar de la OTAN en Europa, organización esta que se suponía también ha debido desaparecer porque era una parte de la guerra fría.
Y Estados Unidos y la OTAN, en vez de cumplir sus compromisos con la Unión Soviética y con Rusia, se aprovecharon de las circunstancias y se ampliaron hacia el Oriente cooptando a varios de los países que fueron soviéticos, acercándose a Rusia y amenazándola más, hasta dejar preparado también el ingreso de Ucrania a sus filas, un país localizado en la misma frontera rusa, con fuertes fuerzas políticas abiertamente antirrusas y que ha insistido en hacer parte de la OTAN, para ganar el respaldo de sus tropas y sus armas convencionales y nucleares, sin que ni los Estados Unidos ni la propia OTAN hayan descartado esa posibilidad.
Las verdades de este apretado resumen son las que explican por qué un dirigente de Estados Unidos de tanta importancia y experiencia en relaciones internacionales como Henry Kissinger, nada menos que uno de los más importantes exsecretarios de Estado de este país, escribió en 2014: “Ucrania no debería unirse a la OTAN, una decisión que yo tomé hace siete años –luego a hoy ya hace 15–, cuando salió la última vez este asunto”, artículo en el que también le reconoció a ese país “el derecho –derecho que nadie nunca ha puesto en duda– de elegir libremente sus asociaciones políticas y económicas, incluyendo aquellas con Europa” (Washington Post, 05.03.2014, ver enlace).
Ha sido notorio, de otra parte, el preocupadísimo clamor del Papa Francisco, en representación de millones y millones de seres humanos, para que los contendientes le encuentren una solución acordada y pacífica a esta guerra que tantos riegos implica.
Puede compartirse o no este análisis de mi parte. Pero lo que si no puede es desdeñarse porque contiene verdades irrefutables y porque se propone buscar que esta guerra no degenere en una confrontación de impredecibles consecuencias, en todo caso pavorosas por el tamaño de la matanza y los grandes daños materiales en Europa, con sus dolorosísimas consecuencias para todo el mundo.
Termino estas palabras exhortando a Rusia, Ucrania, Estados Unidos y la OTAN a que lleguen a un acuerdo que, en primer término, logre que cada de una de las partes renuncie a aumentar sus ventajas para usar armas muy poderosas y nucleares contra la otra, invocación mínima que esperamos inspire a muchos ciudadanos de todos los países a pronunciarse en este mismo sentido.
Los partidarios de las ideas democráticas en el mundo tenemos todo el derecho a exigir que nada ni nadie nos lleve a una guerra destructiva en extremo o nuclear. E invitamos a que en todos los confines de la tierra se multiplique esta exigencia democrática.