Hicieron una química perfecta, donde las frases bien hechas del escritor y las groserías peor mal dichas del político, se hallaron felizmente, por una ósmosis extraña. Pero en amores ciegos son esas las terribles paradojas del destino. Hernández se confesó sin pudor furibundo admirador del genocida Hitler y —entre otras perlas— trata a las mujeres de invasoras del poder, no sin usarlas siempre para las más bajas comparaciones; por su parte Ospina, que hace giros preciosistas con su estilo literario, acepta adorar a Hernández como político y se identifica plenamente con su discurso, adorándolo como a un Mesías.
El uno simplemente se declara fanático furibundo del otro. Ambos se han hecho querer de la gente por decir frases de cajón: el político en Tik Tok, el intelectual en los libros. Hernández pretende darle fuerza a su programa político trayendo frases dichas por boca de su abuela; Ospina, experto en citar a los poetas Whitman, Hölderlin o Borges, ahora le parecen superiores, sabias y por demás prodigiosas las frases de Hernández. Así, ambos han sabido llegar a la gente (uno como escritor y otro como político) y por su parte Hernández espera ganarse el respeto y la simpatía de las mayorías en la segunda vuelta de las presidenciales que se avecinan. Hernández populariza sus frases con ademanes agresivos, como quien se hace sentir y ver físicamente fuerte a pesar de su edad; por su parte, Ospina contrarresta hábilmente a su antípoda y a la vez su complementario, posando de intelectual elitista respetuoso. El uno por lo bajo y el otro por lo alto, ocupan los extremos, como en los versos de Antonio Machado: “Busca a tu complementario /que marcha siempre contigo / y suele ser tu contrario”.
Así, mientras el uno es grosero y agresivo, el otro pasa por decente. También Hernández respaldado por una gruesa chequera se hace pasar por excelente administrador, que públicamente se vanagloria de aumentar sus estradas con el sudor de la frente de sus hombrecitos que dice gobernará; por otro lado, Ospina se vanagloria de homenajear a los sangrientos conquistadores de América en sus novelas y poemas, como bien lo expresa en su libro Auroras de sangre: “Este libro sobre Juan de Castellanos quiere ser un homenaje a los antiguos habitantes del territorio americano y también a los ejércitos invasores que aquí dejaron su sangre y su vida”. De esta manera se encontraron el uno para el otro, es decir, el decente trabajando para el patán, que ha sido la burla eterna en Colombia y entonces la postura del intelectual sumiso quiere hacer ver como lúcidas las frases misóginas y depravadas de su modelo Hernández. Ospina, admirador del universal escritor inglés William Shakespeare, parece pasar por alto en estos momentos —cuando más se necesita de la lectura— la astucia política de personajes como Hamlet frente al poder, quien desenmascaró a los poderos de Dinamarca en una de sus tragedias, incluyendo a su propia madre. Después de haber leído a Ospina, ahora sí entiendo que es el escritor pomposo como lo dijo alguna vez el escritor Pablo Montoya, de frases bonitas para hacerse querer, pero sin pellejo. En sus libros se hace ver como un escritor erudito, refinado e inconforme que conoce y denuncia las trampas de la modernidad y del capitalismo. En sus ensayos Ospina se nos presenta como un humanista que sojuzga la historia y la sociedad actual anclada en el espejismo del progreso, pero en los momentos más críticos de la política colombiana, como estos que estamos viviendo de profundas heridas y contradicciones, cuando es la hora de que el intelectual tome decisiones responsables e históricas, el aspirante a Ministro prefiere irse por los caminos llanos, fáciles y trillados y se acomoda en posturas egoístas, dando la espalda a sus propios libros y a la realidad del mundo, al optar por el candidato presidencial que hace campaña denigrando de los seres humanos más desvalidos, un Hernández que habla de los pobres y de la mujer como mercancía de explotación. Es cuando el intelectual Ospina se deja ver sin la máscara de sus metáforas, como quien ya no trabaja para el alma, sino para el administrador adinerado que le prometió una ínsula en el país de Barataria.
Sabemos que el ingeniero Hernández es incapaz de debatir ideas, los debates no son sus escenarios, pero se naturalizó en las redes, donde es capaz de hacerse viral con actitudes groseras utilizando la fuerza que le da el poder sobre los demás, al ser empresario rico, displicente y disciplinado; es así como se ha hecho querer por muchos colombianos. Si una grandeza tiene Hernández, es haber llegado al fondo de lo trivial y conquistar el corazón de las gentes con un lenguaje grosero, de expresiones oprobiosas, opiniones irresponsables y soberbias. En una sociedad donde prima la chequera antes que los valores humanos, todo se vuelve gratuito para el empresario. Es la gratuidad que pregona Hernández, donde el ahorro seguirá significando ganancia para unos pocos. Es, justamente, lo que admira, prefiere y apoya Ospina, el exigente escritor de frases lapidarias y estilo pulcro en la sociedad del consumo; el cultor de una prosa brillante, pero que como en el verso de Guillermo Valencia dedicado al poeta José Asunción Silva, sacrifica un mundo para pulir un verso.
Todo indica que si gana Hernández (suponiendo que ganara) y si es cierto que hará lo que dice, por ejemplo, declarar el estado de conmoción en Colombia en el primer día de su mandato, es indicio de que las cosas seguirán peor que antes en un país que ha sido gobernado por la fuerza antes que por la razón y donde no se acepta el principio de contradicción. Seguiremos viviendo en el país de los mismos para los mismos. Los cómodos, que son una minoría potente y pedante, continuarán con dientes y uñas aferrados al poder; en el otro extremo, los satisfechos de no ser Venezuela, pero igual sin oportunidades, seguirán siendo los humillados y ofendidos que eligen en una democracia, pero agitando la bandera del miedo. Queda así demostrado que cuando las posturas de un intelectual frío se someten a las aspiraciones del poder ciego a cambio de un cargo ministerial ofrecido de antemano, se debilita la resistencia y queda reinando la fuerza y la brutalidad. Por eso si Hernández gana en la segunda vuelta, es arrasando también con los valores del intelectual frágil que se puso en su camino. Y entonces se construye así la más ominosa mentira del cambio.