De hecho, para muchos el discurso de Petro, sale de la diplomacia tradicional y característica del país, teniendo en cuenta las relaciones de la nación con las grandes potencias mundiales y el papel que éstas desarrollan en el contexto latinoamericano. Las cuales se han asumido como aliadas estratégicas de los pueblos latinos en función de la mejora en los niveles de vida de quienes habitan esta parte del mundo.
Iniciativa que no resulta ser nada nueva, teniendo en cuenta antecedentes como el Consenso de Washington, firmado en 1989, que buscó –y sigue buscando…- la estabilidad macroeconómica de los países en desarrollo y posteriormente para las naciones subdesarrolladas, hoy catalogadas en “vías de desarrollo”, las cuales tres décadas después, no logran encontrar el camino al desarrollo vendido desde afuera.
Por consecuencia, resultan múltiples voces que cuestionan dichas iniciativas, las cuales han tenido el tiempo necesario, pero no han logrado solventar las problemáticas por las cuales surgieron. Ejemplo de ello, es la lucha perdida contra el negocio de las drogas, lo cual no solo ha sido un planteamiento realizado desde el progresismo político que hoy gobierna en Colombia, sino de quiénes ya han afrontado desde la institucionalidad esta problemática, revísese la postura de Juan Manuel Santos, frente al tema, la cual no generó el mismo estupor en la sociedad colombiana frente a lo dicho por Gustavo Petro en la ONU.
Por lo tanto no solo recoge la preocupación inicial: el tema de las drogas, sino las múltiples problemáticas que de ella se desprenden, entre ellas:
Las consecuencias a la selva amazónica, pilar fundamental del equilibrio natural del planeta, la cual viene afrontado dos problemáticas graves: la deforestación para cultivos de hoja de coca y la aspersión de glifosato allí, herbicida que no solo afecta la coca, sino las fuentes hídricas que allí proliferan.
De la mano de lo mencionado anteriormente, la criminalización de miles de colombianos que de manera directa e indirecta se relacionan con la dinámica del narcotráfico, motivados por los réditos económicos que genera la ilegalidad, pese a las consecuencias. En buena medida por las pocas posibilidades que brinda una nación en vía de desarrollo y regiones donde ni siquiera el agua potable ha llegado, pero donde la hoja de coca, se vende como pan caliente.
De hecho, en las regiones donde se cultiva y se la hoja de coca, este producto hace las veces de cheque al portador. Lo cual ha permitido que los cauces de riqueza hídrica del país, se combinen con los cauces de sangre de miles de colombianos que han quedado en medio de una guerra que viene reproduciéndose como fórmula de solventar un problema que no parece terminar.
Y que pone sobre la mesa la necesaria reflexión latinoamericana de pensar ¿Cómo podemos solucionar nuestros propios problemas? ya que desde afuera no lo han logrado. De ahí la frase inicial de esta columna:
“si los países poderosos no nos quieren ayudar, que no estorben”,
Cita textual que no parte de lo dicho por Gustavo Petro en la ONU, sino por Nayi Bukele, Pdte. Actual de El Salvador, quién desde una perspectiva ideológica completamente dispar a la del presidente colombiano, ha venido cuestionado el papel de las potencias mundiales, y la ONU, las cuales no han permitido que muchos países –una inmensa mayoría- no construyan su propio camino. De ahí, que aquellos que consideran la intervención de Petro, como un elemento descabellado, deberán plantearse las siguientes preguntas:
- ¿Por qué dos mandatarios desde orillas ideológicas completamente dispares apuntan hacia un mismo sentido?
- ¿No es que más evidente que la guerra contra el narcotráfico dirigida desde los USA, ha sido un fracaso, que ha cobrado la vida de miles de colombianos?
- ¿El fumigar las amazonas con glifosato, como excusa de la lucha contra las drogas no es más que envenenar la humanidad?