En ese orden de ideas, el próximo presidente de Colombia no tendrá una tarea nada fácil, teniendo en cuenta múltiples fenómenos, entre ellos: las consecuencias de la pandemia y su impacto en la economía nacional, la deslegitimación de las institucionales, así como, la fortaleza que viene adquiriendo la protesta social encabezada en buena medida por los jóvenes, quienes no se ven representados en la política nacional.
Ante lo anterior, resultan dinámicas y los resultados electorales que hace un par de años hubiesen sido inimaginables, entre ellos:
- La posibilidad que un candidato como Gustavo Petro, líder del Pacto Histórico y exintegrante del M-19, hubiese alcanzado más de 8 millones de votos, pese a la oposición histórica que ha desarrollado hacia la clase política tradicional. Más aún, en un país que históricamente ha satanizado la oposición. A manera de ejemplo, solo basta revisar la suerte que corrieron candidatos como Galán y Pizarro.
- El arribo del exitoso empresario colombiano Rodolfo Hernández, como posible presidente de la nación, pese a no tener trayectoria política, más allá de haber sido elegido como alcalde de Bucaramanga en el 2016, bajo la consigna de acabar con la corrupción, delito del cual viene siendo investigado. Pero, que le valió para alcanzar cinco millones de votos.
- La poca o nula participación de los partidos políticos tradicionales en Colombia, (liberal y conservador) los cuales más allá de tener candidatos propios en la contienda, optaron por desarrollar alianzas en favor del candidato oficial, formula que no brindó los resultados esperados y que nuevamente los ubica en un escenario de negociación.
Por consiguiente, el resultado de las pasadas elecciones, permiten analizar el descontento social del país, lo cual catapultó a dos candidatos al parecer completamente diferenciados de la política habitual colombiana, de ahí los movimientos de los partidos tradicionales en generar alianzas con los posibles presidentes de Colombia para el periodo 2022-2026.